Pablo Torrilla Diel, el gendarme que combatía el narcotráfico y una muerte llena de sospechas

«Estudió para cuidar nuestro país y lo mataron», asegura la madre del berazateguense.

Por Nicolás Santomé.

Es difícil encontrar una foto de Pablo en la cual no sonría. Incluso en aquellas en las que aparece con el uniforme y acompañado de jefes y compañeros asoma en su rostro un gesto de felicidad. Quizá la única, o una de las pocas es la que ilustra la portada de esta publicación. Era una persona feliz, porque había estudiado y se había recibido para hacer lo que más quería: cuidar a su país. Y porque se casó con Vale, la mujer que amaba.

Pablo Torrilla Diel nació en la localidad de Gonnet, pero se crió en Berazategui, en una vivienda ubicada en calle 22 y 155. Fue alumno de la Escuela N° 1 y finalizó sus estudios en el Politécnico N° 3. En 2011 se recibió de gendarme en Barreal San Juan, tras lo cual permaneció 2 años en Salta. En 2014 ingresó a la escuela de oficiales y en 2017 se graduó de Licenciado en Seguridad Pública. En febrero de 2018, finalmente, comenzó a trabajar en el Escuadrón Núcleo 50 de Posadas.

Todo marchaba bien hasta el mediodía del lunes 28 de mayo de 2018, cuando su mamá Patricia recibió un llamado que le dolerá por siempre. Cerca del mediodía Valeria la llamó y le dijo «Pablo se nos fue». La información oficial era (sigue siendo) que Pablo se había suicidado mientras participaba de un operativo de Gendarmería en Garupá, Misiones. Tenía 27 años.

El cuerpo del joven fue encontrado en un lote ubicado cerca de la colectora Julio Alberto Ifran (lindante a la ribera del Paraná). Estaba en un malezal, boca arriba, con una herida debajo del mentón y otra en la parte superior de la cabeza. A un costado del cadáver había un arma de fuego 9 mm.

El jefe del Escuadrón Núcleo, el comandante principal Isaac Gaete, relató que a las 7 de la mañana Pablo salió con un grupo de oficiales a efectuar patrullajes de prevención. Dijo que por dichos de sus subalternos se enteró que en el lugar del hecho, a solicitud del subalferez (Pablo), se detuvieron para un descanso.

En un momento dado, añadió Gaete, subieron caminando por una entrada de concreto del lote y el oficial se alejó del grupo para orinar. A continuación, el resto de la patrulla escuchó el sonido de un disparo. Todos (continua el relato del comandante) se dirigieron al sector de las malezas y constataron que Torrilla Diel «se había disparado con su arma reglamentaria, quedando tendido en el suelo».

Los uniformados llamaron a sus superiores y luego a la comisaría Quinta. Poco después, personal de la División Policía Científica de la Unidad Regional X realizó tareas técnicas en el lugar del hecho. El médico policial de turno pidió la realización de una autopsia y la Justicia dispuso el secuestro de la pistola del fallecido y los de su compañeros de patrulla.

Desde un primer momento se investigó el caso como un suicidio. Sin embargo, la madre de Pablo niega la versión oficial. «Creemos que él fue asesinado por varias cosas que nos enteramos. Tuve llamadas anónimas y tengo chats en los que mi hijo me contaba como venía la mano en el Escuadrón. Pablo estaba al tanto de muchas cosas que pasaban, especialmente con el narcotráfico y el secuestro de encomiendas», agrega.

Sobre este punto, la mujer muestra chats con su hijo, en donde éste le cuenta que tenía problemas con sus superiores por involucrarse en algunos procedimientos. Días antes de su muerte, a Pablo le habían ordenado no participar de un allanamiento. Sin embargo, salió igual y se encontró con un cargamento de droga en el que estaba involucrado uno de sus jefes.

«Sé que mi hijo no va a volver pero se merece que yo haga justicia».

«Mi hijo hizo muchos procedimientos. Un superior de él, de apellido Moyano lo trataba muy mal porque confiscaba cada vez más droga», continúa Patricia. Sin embargo, una semana antes de la muerte de Pablo, «de repente lo empezó a tratar bien, como diciendo ´ya se te acaba la vida, vamos a tratarte bien´».

Los comandantes que estaban al mando al momento de la muerte de Pablo hoy ya no están. Fueron reemplazados por otros jefes pero, como es habitual en las Fuerza de Seguridad, la protección entre ellos se vuelve hermética e inescrutable. «Acá hay jefes muy poderosos que encubren», asegura Patricia. 

«Es imposible que mi hijo se haya suicidado: hacía cinco meses que se había casado y hacía cuatro que había ingresado al Escuadrón», contó, y agregó que «él vino a trabajar y a combatir el narcotráfico. Estudió para cuidar nuestro país y lo mataron».

Patricia tiene el apoyo de sus hermanos. Cada tanto viaja a Misiones y visita el Escuadrón 50 de Posadas con un cartel. Allí se para, sola, mientras espera que la Justicia investigue, aunque sabe que es difícil. Ya pidió intervención al Ministerio de Seguridad Nacional y a la propia ministra Bullrich, pero no obtuvo respuestas.
Una de las últimas frases que brinda para esta nota encierran al mismo tiempo dolor y esperanza: «Sé que mi hijo no va a volver, pero se merece que yo haga justicia».