Por Eduardo Gómez.
Muchos habrán oído hablar de Karl Popper; generalmente se reconoce a este pensador austríaco como uno de los mayores representantes de la epistemología moderna, campo en el que sus aportes han resultado, a la fecha, completamente invaluables. Sin embargo, su pensamiento va mucho más allá.
Karl Popper nació en 1902 y murió en 1994. Con sus 92 años de vida, fue un testigo privilegiado del ascenso de los fascismos europeos, y como Judío, uno de los tantos emigrados de la Austria anexada al nazismo; situación que lo llevó a convertirse, junto a todo lo demás, en uno de los mayores representantes y defensores de la filosofía liberal y de los Derechos Humanos.
La tolerancia cero
En una de sus mayores obras de divulgación, fuera del campo de la epistemología, “La Sociedad Abierta y sus Enemigos”, Popper nos dice: “La tolerancia sin límite guía inevitablemente a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aún hacia aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra el ataque de los intolerantes, entonces los tolerantes serán destruidos, y la tolerancia con ellos. Debemos entonces reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar al intolerante”.
La frase se presta a la polémica, lo sé. Pero es sumamente necesario que sean planteadas las siguientes preguntas; ¿tiene límite la Tolerancia? ¿Debe tenerlo? ¿O es una virtud absoluta?
La pregunta es fundamental porque se traduce en acciones. Si la tolerancia es absoluta, uno se debería sentir obligado a tolerarlo todo. Si la tolerancia, por el contrario, admite la búsqueda de un justo medio, como diría Aristóteles, entonces hay situaciones que no debieran ser toleradas.
Los que me conocen, y los que empiezan a conocerme, saben que no soy un hombre de medias tintas. No vengo aquí a ocultar mi pensamiento o mis creencias en base al silencio o la hipocresía. Por el contrario, estoy convencido que si realmente queremos una sociedad mejor, debo abrirles tanto mi corazón, como mi mente; aunque mis ideas no resulten siempre compartidas por todos.
Todo esto lo digo porque quiero sentar mi posición en cuanto a la tolerancia: yo estoy convencido, como Popper, que los ciudadanos tenemos el derecho y, aún más, la obligación, de no ser tolerantes con algunas prácticas, porque la tolerancia no es más que en muchos casos, una expresión de la complacencia y la complicidad.
En tal sentido, yo creo estar obligado a no ser tolerante con la crueldad; a no ser tolerante con el maltrato; a no ser tolerante con la falta de respeto; a no ser tolerante con los ocho jóvenes que mataron a Fernando, o con quienes mataron a Lucio.
En el mundo en el que vivimos diariamente; la violencia impera y la intolerancia es creciente, y no hablo de situaciones abstractas, son concretas y corrompen nuestra sociedad con cataratas de discursos cada vez más extremistas.
Como si esto fuera poco, la sensación de injusticia que atañe a muchos se suma a esta intolerancia para destruir definitivamente la armonía que debiera primar en cualquier nación. Cualquier condena tiene sabor a poco. Como si todo se pudiera solucionar con un castigo ejemplificador.
La tolerancia en la política
En la política, la tolerancia es esencial para la convivencia pacífica y el respeto a los derechos y libertades individuales. La tolerancia política permite a los ciudadanos y partidos políticos expresar sus opiniones y participar en el debate público sin temor a represalias o discriminación.
Sin embargo, a menudo se encuentra que la tolerancia es limitada y se ve amenazada por la polarización y el extremismo. Cuando las personas y los grupos políticos se niegan a escuchar y considerar los puntos de vista opuestos, se produce un clima de intolerancia y se dificulta la resolución pacífica de conflictos.
Es importante que los líderes políticos y los ciudadanos promuevan y practiquen la tolerancia, reconociendo y valorando la diversidad de opiniones y apoyando el diálogo y la negociación. Esto es fundamental para garantizar una sociedad democrática y pluralista, en la que todas las voces sean escuchadas y respetadas.
El desafío actual
La polarización y el extremismo son dos desafíos importantes en la política actual. La polarización se refiere a una creciente división entre grupos políticos con opiniones y valores divergentes, que a menudo se ven mutuamente como enemigos y no están dispuestos a escuchar o a considerar los puntos de vista opuestos.
El extremismo político, por otro lado, se refiere a una ideología o un comportamiento que se sitúa en los extremos del espectro político y que se caracteriza por una postura intransigente, una negación del diálogo y una falta de compromiso con los valores democráticos.
Ambos fenómenos pueden tener un impacto negativo en la democracia, al socavar la confianza en las instituciones políticas y en los procesos políticos, y al generar conflictos y tensión social.